La culpa, esa alienadora que el alma devora llenándola de pesar,
dolor y condolencias que en mucho dificultan la capacidad de avanzar,
y que vincula en la distancia, pero que separa inequívocamente el par:
victima y victimario, pues la falta de amor les impide sus almas vincular.
Pero la culpa con respecto a otro, por esas paradojas que la vida suele aparejar,
te empuja a ser su igual, y a compartir por tanto, y aunque pese, un destino similar
para acortar la distancia enorme que tal falla o error llego a causar.
Pero hecho tan controvertido también puede resultar liberador
si la asunción de la culpa se hace con atino, responsabilidad y amor
para ambos responsables de sentimiento tan limitador y atroz.
Por generaciones su efecto en la línea de inculpado y exculpado puede perdurar
siendo imparable y demoledor hasta que se detiene por su efecto creador
al ponerlo al servicio de algo que a la culpa es muy superior resultando liberador
alejando al culpable, y a toda su generación, de la vergüenza y la cerrazón del corazón.
Mientras culpable y victima no asuman su rol y lo inseparables que ellos son
tocara cargar la culpa a la generación posterior, hasta que arrepentimiento y amor
para con la víctima reluzcan en el corazón del descendiente del culpable que erró
y entonces, gracias a ese inmenso amor, se establece entre ellos comunión,
y el culpable original y la víctima asienten, juntos los dos, al duelo y al dolor
obedeciendo juntos a su destino particular, anulando así la separación entre los dos.
Y el culpable es liberado cuando por la victima con gran amor es mirado.
La culpa si se relaciona con Dios, tiene un aspecto muy poco conciliador
pues coloca a Dios debido a su sentir entre los dos: culpado y culpabilizador.
Por tanto sanar la culpa te encumbra, te liberta, regocija y te conecta con tu Creador.
La clemencia, fuerza sutil
que desde la sombra libera a otros y a ti,
pues trasciende limites, preferencias y juicios
dando espacio, indulgentemente, a algo distinto.
Pero si en debilidad la conviertes
pues por medio, por cobardía, el ego metes
avergonzándote de acto que tanto engrandece
darás la victoria al mediocre que un día falló,
y la flexibilidad que eleva se convertirá en inmutable piedra
que de modificación carece por su intrínseca propiedad,
y del cambio pertinente tu naturaleza adolecerá,
mas si actúas con humildad y caridad
tu clemencia en fuerte y generosa se convertirá
y el cambio profundo a ti llegará
dotándote de generosidad indulgente llena de humanidad.
El te amo es la más fácil de decir de las palabras
pero cuando es auténtica muchas veces suena extraña,
pero significado tan profundo tiene que se conmueven las entrañas
y tiembla, por su veracidad y profundidad, hasta la misma alma.
catapultándonos hasta, esa que algunos temen , la cima más alta
que lo transforma todo sin esperar porque la vida en un instante llega a determinar,
y que nos da, cuando en plenitud se vive, una apertura receptiva a los demás.
Pero no confundas, por favor, impetuosidad con profundidad,
pues el primero no es muy sabio y muy rápido puede acabar,
en cambio del reconocimiento de que al otro puedes necesitar
surge la modestia y la sintonía con tu verdad
que te llevan a la apertura que te acabo de mencionar.
Por tanto ama, ama sin frivolidad y la vida te compensará.
Agradecer a Dios, a la vida y a otro ser,
es honrar la vida y el proceso de dar,
es entrar en contacto con la humildad
y eso siempre te lleva a reconocer
que nada por siempre vas a poseer.
Me siento compensado cuando agradezco
pues siento así que más me lo merezco
y pone por tanto en mi voluntad
la capacidad de mejor permitirme disfrutar
y también por lo mismo de poderlo entregar
pudiendo compartir el gozo con los demás.
Y el receptor del agradecimiento se siente honrado
por su buen gesto, vigorizando así su auto-respeto,
y generando en si la capacidad de la prodigalidad
aumentando en su vida el círculo del recibir y el dar
propiciando que lo agradezcan más y más.
Y dador y receptor se unen de igual a igual
fortaleciendo de este modo su alegría y felicidad.
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